miércoles, 28 de abril de 2010

Baile de máscaras


La semana pasada conversando con uno de mis alumnos, analizábamos el por qué muchas veces las personas se ponen máscaras y viven su vida proyectando otras imágenes que no son la propia. Muy bien me confirmaba Rodrigo, que la mayoría de las veces las personas saben que esas posturas no son las correctas, pero que les frena el miedo para quitarse las máscaras que por cualquier circunstancia se han puesto o se han visto obligadas a ponerse.
En la conversación salió el tema de un Reality de televisión en el que eligieron tres familias convencionales, a cada famila las llevaron para que convivan durante 30 días en tribus primitivas de África, Papúa y el Pacífico respectivamente.
El reto era que todos los miembros de las familias se tenían que adaptar a las formas de vida de esas tribus, y que los jefes tribales mediante un Consejo Tribal decidían si las familias podían ser aceptadas como una familia más de la tribu, luego de cumplir las pruebas que les confirmara si las familias al completo estaban realmente capacitadas para adaptarse al estilo de vida de las tribus.

Yo era un fiel seguidor de este programa por el fondo sociológico que tiene el formato. Me parecía interesantísimo ver cada semana el proceso de integración de las familias y como se les veía la evolución cuando trasmitían sus verdaderas personalidades. En las primeras emisiones resaltaba el escepticismo y cierto rechazo a muchas de las costumbres de esas tribus, pero luego me sorprendía ver por ejemplo una chica de las familias quitarle los piojos a las mujeres nativas, comer carne de perro, o ver como a uno de los chico que le tocó hacer una prueba saltando totalmente desnudo sobre unos toros delante de toda la tribu y por supuesto su familia, a otros comer los gusanos que se cultivan en los árboles podridos por la humedad, vestir con taparrabos como se vestían los nativos, etcétera, etcétera.

Cuando tienes que interactuar con seres humanos en estado puro, como en esas tribus donde no tienen absolutamente nada de las cosas que para nosotros en esta civilización sería imposible pensar que sobreviviríamos sin ellas, por ejemplo: electricidad, agua corriente, productos de higienes personal, medios de comunicación, ropa adecuada al clima, productos farmacéuticos, etcétera, que en estas circunstancias, lo primero que nos sobra son las máscaras.

Hablando del tema con Rodrigo, puse una canción del primer disco que grabó Juan Luis Guerra con los 440, que tiene una tema que se llama Carnaval, que las letras dicen mucho de como muchas personas viven la vida:

La vida es como un baile de máscaras
donde cada quien lleva antifaz
pretendiendo engañar
sabiendo bien que la hora les llegará
de tener que quitarse el disfraz
y encarar la verdad.

Alguien querrá que la fiesta no acabe jamás
porque nunca han tenido el valor de confesar
yo también fui
un payaso de carnaval
que pensó de mentiras vivir
hasta el final.

Pero al reír
no hacía más que llorar.

Es una realidad que en el mundo moderno en que vivimos, muchas veces tenemos que adoptar el estilo de la cebolla como digo yo, porque sin quererlo o no, nos vamos poniendo capas y capas, que luego nos cuesta muchísimo quitarnos muchas de las capas absurdas que nos ponemos, que no hacen otra cosa que irnos cubriendo el corazón, nuestros verdaderos sentimientos, en resumen, nuestra personalidad.

Luego de esta conversación me quede pensando a solas lo complejo del tema, y lo conecté con muchos sucesos de los que veo casi todos los días en las noticias, que muchos tienen como común denominador las mascaras que se ponen muchas personas para mantener engañados a los demás, como por ejemplo en los casos de violencias de genero. Se han visto muchos casos de como un anciano asesina a su mujer, se quitan la vida y escuchas en la tele los comentarios de los vecinos diciendo que eran una pareja ejemplar, que nunca les vieron discutir ni comportarse como una pareja con problemas. Esto no te hace pensar otra cosa que esa pareja ha vivido todo el tiempo con una máscara pretendiendo empañar la verdad.

Quién no ha sabido de caso de estafadores que engañan poniéndose la mascaras “de cuello blanco” para proyectar un nivel económico o social que no es real, o de las noticias que en estos últimos meses han ocupado los medios de comunicación de agresores sexuales que usan como mascaras una sotana para ganarse la confianza y familiaridad de los padres, para dañarle la vida a niños con los traumas que les siembran por los abusos sexuales a los que lo someten.
Por suerte que en muchos países democráticos existen los sistemas judiciales que desenmascara a muchos delincuentes que pretenden engañar y que buscan impunidad cubriéndose con máscaras para modificar su verdadera personalidad. Pero los que delinquen y los descubren, se pueden desenmascarar, los que muchas veces no llegaremos a reconocer son aquellos que se ponen máscaras para fingir amistad, amor, solidaridad y que engañan impunemente para sus beneficios particulares.

Yo con el tiempo he aprendido a seleccionar mis amistades y relacionados por su autenticidad. Me atraen las personas autenticas, con personalidad definida, las que puedes descubrir con facilidad que no tienen máscaras, y que proyectan sin sombras sus virtudes, sus complejos, sus carencias, sus grandezas, sus temores o sus emociones. Con ese tipo de persona creo afinidad automática. Quien me ha tratado de cerca se habrá dado cuenta que yo evito tener rincones oscuros, que tengo siempre las ventanas y las puertas de mi vida, abiertas para el que me quiera conocer entre y vea lo que tengo, lo que me hace falta y lo que me sobra.
De ahí que me siento más a gusto compartiendo con las personas en ambientes informales donde no hace falta antifaz para interactuar, donde te puedas sentir como los niños cuando están en un área infantil, que si llega un niño nuevo los otros niños se acercan o le llaman para compartir sus juegos, sin hacerle el típico escaneado o test silente para medirte y ver si encajas para estar con ellos.

Vivir en España me ha ayudado mucho para distinguir cuando una persona es autentica, porque al estar en una sociedad donde no se puede negar que existen prejuicios raciales, detecto fácilmente a las personas que no tienen máscaras para aceptarme como lo que soy, persona.
Cuento esta anécdota que me pasó el mes pasado en casa de una amiga que celebraba su cumpleaños. La persona a la que me refiero en la anécdota, cuando estoy compartiendo con ella en distancias cortas, o en ambiente familiar, es muy cercana y podría decir que es hasta “humilde” pero por su profesión de modelo, con el maquillaje y el estilismo, se transforma en el amplio sentido de la palabra.

Los invitado a su fiesta eran en su mayoría personas de las llamadas de “alto standing” o de los enganchados a “pijos” estos que presumen o fingen tener un cierto nivel sociocultural alto los de la muletilla “o seea”, y también habían unos que otros famosillo y famosilla de poca monta, del mundo de la televisión y prensa rosa. La velada parecía una adaptación al siglo XXI de las típicas fiestas vienesa, con invitados elegantemente vestido, eso si, antifaz aunque lo único que les faltaba era la cuerda elástica para darles el mismo realismo de si tuvieran antifaz en sus caras, porque sin tenerlas, se les veía las máscaras propiamente dicha, o mejor dicho, las fachas.

Igual por ser yo el único que no estaba con esa sonrisa plástica de publicidad de pasta dental, y que no seguía esos absurdos códigos protocolares por ser una fiesta de cumpleaños en la casa de una amiga, que lo curioso de la fiesta fue que uno de los invitados tuvo la osadía de interpretar que yo era el camarero y me pidió que le sirviera una copa. Este tipo de experiencia, que para algunos podría parecerle humillante o dolorosa, a mi me resultó fortalecedora, y lejos de molestarme al desgarro, lo que hice fue despedirme de mi amiga, y me marché convencido de que yo en ese tipo de ambiente no encajo.

Experiencias como estas, me demuestran una vez más que mi sitio está entre las personas autenticas, sin máscaras, entre las personas que se sienten orgullosas y seguras de como son. Es que prefiero compartir con personas que no les hace falta un suceso trágico para que revelen su personalidad, de las que no tienes que descubrir por las noticias, por crisis económica o laboral, o por discusiones no ensayadas cuales es su verdadera personalidad.
Así que ya saben, soy alérgico a los bailes de máscaras, aunque respeto y puedo llegar a compartir en ambiente estrictamente protocolar, pero eso si, no por mucho rato, porque prefiero estar en ambiente donde la gente diga: ¡que me meo! a decir: Perdonad mi ausencia, me dirijo al escusado.

Escuchar la canción:
Carnaval. Juan Luis Guerra 440

domingo, 11 de abril de 2010

Vamos a discutir

En una publicación en su muro del Facebook, una amiga hacía una cita de un libro sobre las relaciones de pareja, de la que otro amigo ha dado su opinión y...Zasss! De inmediato saltó la reacción de mi amiga respondiéndole con una ampliación fuera de lugar de la cita.

Como la cita hablaba de las relaciones de parejas, me hizo recordar una frase que había leído en alguna ocasión de Oscar Wilde que dice: El egoísmo no consiste en vivir como uno cree que ha de vivir, sino en exigir a los demás que vivan como uno.

Considero que esta frase explica muchos de los conflictos en las relaciones personales en general, y de forma particular en la relación de pareja. Conflictos que muchas veces resultan “saludable” para la relación porque llevan a las discusión, y según han demostrado los neurólogos, no responder a una crítica, o aun ataque verbal, acorta la vida. Así que eso de poner la otra mejilla, se queda antiguo. Por eso, vamos a discutir.

Saber discutir es saludable para la salud mental porque en una discusión interviene la inteligencia, el lenguaje, y el pensamiento social de cada uno. En el caso de la relación de pareja muchas veces las discusiones fortalecen la relación, o si no, de dónde sale la típica frase: “después de las discusión, viene la reconciliación”.

El peligro está en no saber llevar las discusión. Es ahí cuando existe el riesgo de salirse de la dialéctica intelectual y desviarse hacia la ira patológica, por los traumas y frustraciones personales, que invita a entrar al ataque personal, la ofensa, y el insulto; dejando atrás la defensa del punto de vista de cada quien.

Dentro de mis relacionados tengo ya identificada algunas personas con la cual se que no puedo discutir. Por la experiencia, he comprobado que con esas personas las discusiones siempre derivarán en ofensas personales, y a la descalificación, que en algunos casos, consiguen desenterrar rencores supuestamente olvidados.

Por eso, en mi evolución personal, he aprendido que hay que ser inteligente para saber discutir dentro de la dialéctica intelectual, con el objetivo de encontrar soluciones y que la discusión sea más constructiva y menos impulsiva.

Creo que existe un gran peligro al salirse de la discusión dialéctica intelectual, porque en la discusión entre pareja hay que tener claro que los hombres y las mujeres discutimos de forma diferente, por una cuestión hormonal.

Yo me considero una persona pacifista y conciliadora, pero tengo que reconocer, que si me activan para la discusión fuera de la dialéctica intelectual, me transformo; es cuando digo: «ya lograste que se me sube el negro a la cabeza...» o «ya! has conseguido que se me crucen los apellidos...»

En los hombres, nuestros niveles de testosterona nos predisponen a la imposición de las ideas y a ciertas agresiones. Por eso es que entre hombres una pelea implica agresión y gestos violentos; contrario que en las mujeres, que implica la defensa.

En un artículo que he leído sobre este tema, el neurólogo mexicano Eduardo Calíxto Gonzalez, explica que los hombres y las mujeres tenemos distintas organización celebrar. Entre hombre y mujeres nuestra corteza prefrontal madura a velocidades distinta. ¿Qué significa esto? Que discutimos de formas diferente.

Por una cuestión de nuestro cerebro, las mujeres llega a pronunciar a diario entre 25mil y 32mil palabras, mientras que el hombre se queda entre 12mil y 15mil. O sea, que mientras ellas se explica y se desgañita en una discusión, los hombres apenas pronunciamos algún monosílabo.

Tengo tipificadas cinco frases que son como balas, que si me las disiparan, es muy difícil que puedan anular después los efectos de irritabilidad que me producen, no tanto para que se me “crucen los apellidos” o “se me suba el negro a la cabeza”, pero si para sugerirme gestos que proyecten mi furia, lo que en mi tierra le llaman: refunfuñar:

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Considero que en las relaciones personales, y en especial en las relaciones de parejas, deben plantearse algunos pasos para saber discutir de forma beneficiosa, como el de saber utilizar los argumentos para aclarar las posiciones de cada quien. Eso ayudará a conocer a la otra persona, sabiendo entender que una discusión no deja de ser un acto excitante y saludable, que evita la tiranía de la razón.

Quedo abierto a la discusión dialéctica intelectual, así que les invito a discutir conmigo, pero que cada quien asuma las consecuencias si usan algunas de las expresiones que he advertido que me ponen como el diablo, parco en palabra, pero si sobrado de gestos y actuaciones de ira.