
Recientemente en una conversación comentábamos que cada vez más se escucha la frase "es que no tengo tiempo" como la justificación ideal para decir por qué ya no podemos disfrutar de aquellas cosas que antes eran valiosas en nuestras vidas, como por ejemplo hacer actividades recreativas de ocio en general, disfrutar de grandes momentos con los amigos y amigas que siempre nos llenaban de satisfacción y refuerzo emocional su compañía, o simplemente estar “repanchingado” disfrutando con saber que no hacemos nada.
Puedo entender a las personas, aunque no comparta de pleno sus argumentos, cuando avalan su justificación de no tener tiempo, con testimonios inapelable como detallar que de las 24 horas del día las distribuyen básicamente en las principales actividades típicas de los adultos: el trabajo, la pareja, los hijos, y las responsabilidades de la casa.
Me pareció sobrecogedor el e-mail de respuesta que me envió hace poco un amigo a propósito de los avisos que envío con las nuevas entradas en mi blog, en el que me decía que él no tiene tiempo para leer blog, que él siempre tenía muchas cosas por hacer y no estaba para esas cosas. Es muy curioso que precisamente cuando las tecnologías se posicionan en primera fila para supuestamente facilitarnos y agilizarnos nuestras actividades cotidianas, es cuando más nos justificamos diciendo que no tenemos tiempo.
Pienso que es casi una tendencia social eso de decir «me gustaría, pero es que no me alcanza el tiempo para ….» También pienso que si me inclino por esa tendencia, me conduciría con seguridad hacia la infelicidad, y no me cabe duda de que a la sociedad le importa tres pitos mi felicidad.
Afirmando que no tengo tiempo para hacer todas las cosas que realmente me gustaría hacer, lo único que conseguirá es genérarme una preocupación excesiva, dándole a mi cerebro la orden para que me introduzca en un estado de abatimiento y ansiedad, y mi cerebro prefiere la tranquilidad y el sosiego.
Se que puedo parecer un atrevido afirmando que muchas veces nuestras actuaciones son un reflejo de lo que absorbemos del exterior y no de lo que realmente tenemos en nuestra mente, que vamos como Vicente, por donde dice la gente, por eso caemos en la trampa de imitar ciertas pautas de conducta de las sociedades, que curiosamente no son pautas caídas del cielo para imponerse, sino que también son producidas y manipuladas por la mente humana.
Quizás también puedo incomodar a los que siguen esa tendencia social de ir por la vida siempre sin tiempo, porque la realidad es que yo voy contracorriente en la administración de mi tiempo, por eso tengo el suficiente para hacer las cosas que realmente quiero, cuando las quiero y como las quiero. Aclaro que eso de incomodar lo digo precisamente por eso de que las pautas que te dictan las sociedades es para que las personas las sigan como objetivo global, no individual, y en este sentido yo voy por libre.
Confieso que por actuar como Vicente, me había apuntado en el gimnasio imaginario “La Rapidez” donde hacia musculación mental para fortalecer los pensamientos que me permitieran hacer las cosas lo más rápido posible, y así no justificar que no las hago por falta de tiempo. Hasta que un día descubrí que estaba siguiendo una tabla de ejercicios diseñada exclusivamente para la robustez cerebral que me convertiría en tiempo récord, en una persona controladora, atareada, agresiva, apresurada, analítica, estresada, superficial, impaciente y activa; es decir, que me llevaría a unos resultados basados en la filosofía de la cantidad prima sobre la calidad.
Cuando descubrí esto, inmediatamente me borre de la lista de mi gimnasio imaginario, ahora me he apuntado en otro que se llama “Tengo Tiempo”. Aquí practico mis ejercicios de musculación mental siguiendo una tabla basada en la filosofía de que se puede tener tiempo para todo lo que uno entienda que es satisfactorio. Esta tabla me garantizan que si le doy el tiempo que le corresponde a cada ejercicio satisfactorio en mi vida, me puedo convertir en una persona serena, cuidadosa, receptiva, silenciosa, intuitiva, pausada, paciente, y reflexiva; en este gimnasio la calidad prima sobre la cantidad.
Afortunadamente, como no me considero una fotocopiadora, ni una grabadoras de vídeos, que debe reproducir lo que hacen los demás, por eso tomé la decisión hace tiempo de cambiarme de gimnasio imaginario, en este que estoy ahora, con esa estupenda tabla de ejercicios, estoy logrando controlar mi ritmo de vida y también he aprendido a decidir qué celeridad me conviene en determinados contextos.
Por llevar ahora el control del tiempo como me sale de los… (sí, eso, de por ahí mismo) ahora considero que eso de tener organizada mi agenda de vida tal y como me la exija la sociedad, no me da ninguna garantía de que todas las cosas me van a salir perfectas, o creerme que siguiendo el ritmo de los tiempos que te establece la sociedad, voy a tener felicidad perpetua.
El hecho de no tener garantías fue lo que me avivo la llama que me ha dado la energía suficiente para romper las cadenas que me ataban como esclavo servil del tiempo. Ahora vivo la vida como una pizarra en blanco infinita, en la que voy anotando a posteriori, esas pequeñas cosas gratificantes que suceden en mi vida cotidiana. Dejo aparcado el estilo de ir planificando anticipadamente y minuciosamente todos mis pasos, cronometrarlos rigurosamente para determinar cuándo y cómo debo tener los resultados.
Animo a los que se sientan identificados con esta tendencia social de no tener tiempo para hacer las cosas que realmente les interesa, que tomen ahora mismo mucho aire, empuñen y levante su mano derecha, y griten vigorosamente: Libertad, libertad!!!